Volver a página principal

martes, 5 de mayo de 2009

Veamos dijo el ciego (o de cómo fregar las cosas en un primer encuentro)


“¿y te lo preguntas?”, fue lo último que dijo y se durmió. No intentaría despertarla para seguir hablando de ello, aunque supiese que fingía dormir. No. Ahora me quedaba el resto de la noche, antes de dormirme también, para pensarlo. ¿Cuánto tiempo en este lugar, en estas condiciones? Son pocas los momentos que he dedicado al asunto, pero en algunas cosas debí acertar; lo que ocurre es que uno no se da cuenta.
Y de eso, de darse cuenta, es todo el asunto. Algo así como advertir el instante en que se nos presenta la oportunidad y no dejarla pasar. Cosa un tanto complicada, como el hambre cuando tienes semanas sin una comida decente y te la pasas haciéndote invitar todo el tiempo. Hasta la billetera y disposición de los amigos tienen límites, cuando no la amistad.

Paseaba un soleado y agradable día, sin más centavos en los bolsillos que los necesarios para regresar a mi departamento, con esta única distracción: un fiero animal que me rugía en la tripa, pasaba del medio día. Sería uno de tantos, como la mayoría de esa época, mucho caminar poco comer, y poco comer. Así que decidí buscar a una amiga. Fui a su casa, toqué el timbre, me llevaron hasta su piso, se hizo esperar, y lo demás fue conversar, escuchar las historias de su escuela de artes plásticas y mostrarse muy interesado. No hubo, como esperé, algún entremés que paliara mi urgencia, pero qué vaso de agua tan misericordioso. Invité a mi amiga a caminar (no tenía ganas de ver el grabado de su rostro con sello de madera, ni las pruebas de sellos de papa), y caminando llegamos a mi casa. Todo así de rápido. Ya en mi espacio la cosa fue desempolvar por aquí y por allá, abrir la ventana un poco, preguntar con más interés, dejar que ella hiciera preguntas, contestarlas, acomodarse en el piso junto a la biblioteca, mirar a los ojos, decir cosas generales pero específicas, buscar el regazo y dormitar en esas piernas un momento, paladeando eternidades posibles pero inciertas, hasta que ella preguntó por una nota que se leía en el espejo y que yo no recordé borrar cuando tuve que hacerlo. Unas cuantas líneas que me había dedicado mi antigua compañera, y que continuaban ahí bajo una fina capa de polvo que mal las disfrazaba. Nos levantamos y en vez de dejar que leyera, que era algo que realmente no importaba, las borré delante de ella y con una prisa estúpida. Pude retenerla un poco más, pero me dijo argumentos irrebatibles por triviales y tuve que acompañarla hasta su casa sin poner siquiera mi brazo sobre sus hombros. Un día más como tantos, sin comer y sin poder comer.

Entonces, la cosa es tan sencilla: darse cuenta. Pero se aprende. Hay que aprender siempre. Uno puede darle un pequeño traspié al destino es cierto, pero es imprescindible estar atento pero no paranoico, sino simplemente alerta.

Hasta ahí la cosa pues todo cuanto pueda decir en adelante sería pura verborrea. Pero quien era mi antigua compañera en esos días insiste en que si pasó algo, y le digo que no, que qué podría pasar, que nos abrazamos, que la miré a los ojos, que le dije que el lugar estaba a su disposición, que la quise besar y se esquivó y le besé el cuello, y que luego nos fuimos por donde vinimos y que hasta la fecha he vuelto a verla. ¿Crees que esta amiga estuviera dispuesta a algo, esa tarde, conmigo? Digo, yo quería, le tenía ganas; no sé si a ella, pero las ganas sí las tenía. Le digo también que me he enterado luego, un amigo me lo dijo, que ella ha hablado de mí, de cómo era yo; y que las cosas que ha dicho no son cosas precisamente muy agradables. Y, que además otro amigo, más de él que mío, se aprestó a escucharla y a serle de consuelo durante este tiempo. Antes de darse la vuelta fingiendo dormir me ha dicho: "ninguna chica se mete a la casa de un hombre sin saber a lo que va, ¿y te lo preguntas?".

¿Y me lo pregunto? Sí, me lo pregunto, y no le digo nada aunque sé que ella no está dormida. ¿Por qué tenía que escribir en el espejo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

SOMBRA LABRADA (A propósito de la Sinfonía de los Antepasados y de la primera edición del Concurso Ismael Pérez Pazmiño)

Hugo Salazar Tamariz desarrolla su vida profesional y el grueso de su obra literaria en Guayaquil. Es en esta ciudad donde su nombre se liga...