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lunes, 19 de octubre de 2009

SOMBRA LABRADA (A propósito de la Sinfonía de los Antepasados y de la primera edición del Concurso Ismael Pérez Pazmiño)


Hugo Salazar Tamariz desarrolla su vida profesional y el grueso de su obra literaria en Guayaquil. Es en esta ciudad donde su nombre se liga para siempre a uno de los eventos culturales y literarios más importantes e incluso mítico del país: el premio de poesía (y posteriormente premio nacional de literatura) “Ismael Pérez Pazmiño”.

Este galardón se establece a partir del año 1959, en un contexto histórico marcado por la voluntad de una juventud a no dejarse quitar los sueños que empezaba a soñar tan fácilmente, recordemos pues que en junio de ese año se dio el levantamiento estudiantil contra el régimen de Camilo Ponce Enríquez y que un mes más tarde entraba Fidel Castro a la Habana y con él, este mal asimilado término “revolución”. En fin, debemos agradecer a la férrea voluntad de don Francisco Pérez Febres-Cordero el hecho de que el recordado concurso se mantuviese en el tiempo y llegase a convertirse en un referente sine qua non dentro y fuera de nuestro país. Durante sus primeros diez años aproximadamente el premio se convocó de manera anual, luego tuvo uno que otro tropiezo en su organización en los años 70’s siendo en la transición a los años 80’s en que se convierte en una bienal. En los años 90’s se incorporarán otros géneros a la convocatoria, el cuento y la novela. Para entonces el premio ha alcanzado las cotas del mito y es buscado por muchos, encontrado por pocos, y el obtenerlo se trata de una consagración al trabajo de toda una vida o el mejor espaldarazo para carreras literarias en despunte.

Son muchos, unos activos en el campo de las letras, otros no tantos, y otros de quienes no se ha vuelto a saber nada, hablando dentro de la literatura claro está, los escritores y escritoras que se cuentan entre quienes vieron sus carreras laureadas con el “Ismael”. Recordemos unos poquísimos nombres: Ignacio Carvallo, Ana María Iza, Rafael Díaz Icaza, Otón Muñoz, Violeta Luna, Marcelo Báez, Ángel Emilio Hidalgo, Raúl Vallejo, Edgar Alan García, Carlos Manuel Arízaga, Diego Velasco, Jorge Martillo y muchos más que seguramente ustedes recordarán. Al respecto se pueden consultar los tomos de “Poesía Ecuatoriana del Siglo XX” editados dentro de la colección Letras del Ecuador (varios tomos en la primera y segunda época de esta serie) de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, gracias a la iniciativa de don Rafael Díaz, y que registra la historia del premio desde su primera edición hasta la penúltima, convocada en 1994.

La última convocatoria se realiza en 1996 por motivo de los 75 años de existencia de diario El Universo, como un premio especial que entrega generosas dotaciones económicas a sus galardonados. A partir de entonces la ausencia del premio se sintió como la carencia de un referente que refrende el acontecer literario del siglo que estaba por acabarse y del siglo que estaba por venir. Esta referencialidad es asumida dentro del ideario colectivo por otros espacio concursables como las bienales de Cuenca, los premios de las Casas de la Cultura, entre otros.

Para finalizar esta mención al desaparecido premio, debemos recordar que el concurso se crea para honrar la memoria de quien fuera el fundador de diario El Universo, don Ismael Pérez Pazmiño, periodista de gran talla y poeta preciosista; convocándose en el primer trimestre del año que fuere y publicándose su fallo, y los poemas ganadores, de manera irrestricta el 16 de septiembre, fecha onomástica del celebrado personaje.

A la primera edición se abocan poetas de todo el país, y un jurado compuesto por las altas cifras doña Rosa Borja de Icaza, Alejandro Carrión, Horacio Hidrovo, Ezequiel González Mas y César Andrade y Cordero, sancionan el fallo principal para tres inmensos poetas: Hugo Mayo, con su Caballo Desnudo; César Dávila Andrade con su Boletín y Elegías de las Mitas, y en primer lugar don Hugo Salazar con su Sinfonía de los Antepasados. De aquello, se van a cumplir cincuenta años.

Desde entonces mucha agua ha corrido bajo el puente y se han tejido una serie de leyendas y rumores, sobre este fallo, sobre la calidad de los poemas y de los poetas galardonados, sobre las relaciones entre ellos, en fin mucha chamusquina que nada propone y ni quita ni agrega. Lo cierto es que cada uno de estos nombres se han situado por derecho propio en el parnaso ecuatoriano y desde sus poéticas, tan disímiles como emblemáticas. Hugo Mayo era para entonces un suscitador cultural consumado que ciertamente no vería el conjunto de obra en forma de libro pero que no por ello dejaba de ser el poeta tutelar de una generación que empezó el vuelo a partir de la segunda mitad del siglo pasado. César Dávila Andrade llevó su peso vital y su hondura semántica a distintas partes, propagando en su canto resonancias que trascienden su inesperado pero comprensible epílogo. Hugo Salazar Tamariz, desarrolla una obra fecunda, cada vez más elaborada y madura, descollando en la dramaturgia y dotando a su lírica de un discurso cada vez mejor sustentado pero ante todo leal consigo mismo.


De ese primer “Ismael Pérez” es mucho lo que se ha dicho y seguramente mucho más lo que se dirá. Yo prefiero releer estos versos que conocí hace más de diez años cuando asumí mi periplo por la palabras, y compartir con ustedes la clave poética que le forma de conjunto a este canto… la desolación de la ausencia y el afán por reencontrarse el hablante lírico con aquellas sombras que proyectan nuestros cuerpos y nuestras vidas hacia el futuro. Cito:

Rojo licor que corre como un venado,
somos,
y alzamos la palabra frente al viento sin muros,
renunciando la forma del ángel en los hombros
y clavando con furia los dientes en el duro
alimento del tiempo repleto de presagios.
Alguien dijo,
alargando su voz tibia
y desnuda:
-Somos sombra labrada por anónimas sombras-,
y es verdad!
Oh,
las sombras que a los padres preocupan en la noche
moviéndolos como a hojas…

martes, 5 de mayo de 2009

Veamos dijo el ciego (o de cómo fregar las cosas en un primer encuentro)


“¿y te lo preguntas?”, fue lo último que dijo y se durmió. No intentaría despertarla para seguir hablando de ello, aunque supiese que fingía dormir. No. Ahora me quedaba el resto de la noche, antes de dormirme también, para pensarlo. ¿Cuánto tiempo en este lugar, en estas condiciones? Son pocas los momentos que he dedicado al asunto, pero en algunas cosas debí acertar; lo que ocurre es que uno no se da cuenta.
Y de eso, de darse cuenta, es todo el asunto. Algo así como advertir el instante en que se nos presenta la oportunidad y no dejarla pasar. Cosa un tanto complicada, como el hambre cuando tienes semanas sin una comida decente y te la pasas haciéndote invitar todo el tiempo. Hasta la billetera y disposición de los amigos tienen límites, cuando no la amistad.

Paseaba un soleado y agradable día, sin más centavos en los bolsillos que los necesarios para regresar a mi departamento, con esta única distracción: un fiero animal que me rugía en la tripa, pasaba del medio día. Sería uno de tantos, como la mayoría de esa época, mucho caminar poco comer, y poco comer. Así que decidí buscar a una amiga. Fui a su casa, toqué el timbre, me llevaron hasta su piso, se hizo esperar, y lo demás fue conversar, escuchar las historias de su escuela de artes plásticas y mostrarse muy interesado. No hubo, como esperé, algún entremés que paliara mi urgencia, pero qué vaso de agua tan misericordioso. Invité a mi amiga a caminar (no tenía ganas de ver el grabado de su rostro con sello de madera, ni las pruebas de sellos de papa), y caminando llegamos a mi casa. Todo así de rápido. Ya en mi espacio la cosa fue desempolvar por aquí y por allá, abrir la ventana un poco, preguntar con más interés, dejar que ella hiciera preguntas, contestarlas, acomodarse en el piso junto a la biblioteca, mirar a los ojos, decir cosas generales pero específicas, buscar el regazo y dormitar en esas piernas un momento, paladeando eternidades posibles pero inciertas, hasta que ella preguntó por una nota que se leía en el espejo y que yo no recordé borrar cuando tuve que hacerlo. Unas cuantas líneas que me había dedicado mi antigua compañera, y que continuaban ahí bajo una fina capa de polvo que mal las disfrazaba. Nos levantamos y en vez de dejar que leyera, que era algo que realmente no importaba, las borré delante de ella y con una prisa estúpida. Pude retenerla un poco más, pero me dijo argumentos irrebatibles por triviales y tuve que acompañarla hasta su casa sin poner siquiera mi brazo sobre sus hombros. Un día más como tantos, sin comer y sin poder comer.

Entonces, la cosa es tan sencilla: darse cuenta. Pero se aprende. Hay que aprender siempre. Uno puede darle un pequeño traspié al destino es cierto, pero es imprescindible estar atento pero no paranoico, sino simplemente alerta.

Hasta ahí la cosa pues todo cuanto pueda decir en adelante sería pura verborrea. Pero quien era mi antigua compañera en esos días insiste en que si pasó algo, y le digo que no, que qué podría pasar, que nos abrazamos, que la miré a los ojos, que le dije que el lugar estaba a su disposición, que la quise besar y se esquivó y le besé el cuello, y que luego nos fuimos por donde vinimos y que hasta la fecha he vuelto a verla. ¿Crees que esta amiga estuviera dispuesta a algo, esa tarde, conmigo? Digo, yo quería, le tenía ganas; no sé si a ella, pero las ganas sí las tenía. Le digo también que me he enterado luego, un amigo me lo dijo, que ella ha hablado de mí, de cómo era yo; y que las cosas que ha dicho no son cosas precisamente muy agradables. Y, que además otro amigo, más de él que mío, se aprestó a escucharla y a serle de consuelo durante este tiempo. Antes de darse la vuelta fingiendo dormir me ha dicho: "ninguna chica se mete a la casa de un hombre sin saber a lo que va, ¿y te lo preguntas?".

¿Y me lo pregunto? Sí, me lo pregunto, y no le digo nada aunque sé que ella no está dormida. ¿Por qué tenía que escribir en el espejo?

sábado, 18 de abril de 2009

Si te queda vida pa' quererme

Cuando destapó el frasco del chocolate unos ojillos sin párpados la miraron con curiosidad. En vez de asustarse y tirar el recipiente, se quedó mirando a esos diminutos ojos que se levantaban en un desierto pardo. ¿Cómo habrá llegado hasta allí?, se preguntó, dejando que el agua hirviese y que la cantina sonase por un largo rato. Su mente divagó por una maraña de ocurrencias y se imaginó a sí misma reptando por el techo de la cocina mientras la familia se alistaba para salir, en una mañana como cualquier otra, entre grititos y reproches por la tardanza y las demoras. Sin duda llegaremos tarde cómo ayer y nos llamarán la atención, escuchó decir al padre, o más bien oyó estos sonidos que emiten esos seres que viven en esas inhospitas cuevas, inmensas e innecesarias según pudo juzgar dadas las condiciones de su propio habitad. Los niños peleándose, la madre terminando de arreglarse mientas va de un lado a otro. Deja escuchar su risa y los rostros de la familia se vuelven hacia el techo. Se escurre por una viga. Aguarda un tiempo hasta que el silencio que ha convocado su risa es invadido por esas voces cotidianas, sonidos cotidianos.

Ahora están por dejar la casa, la cueva inhóspita e innecesariamente grande. Podrá salir en su excursión habitual por insectos y otras pequeñas formas de vida que la alimentan. Los seres han vuelto a sus gritos. Aprovecha para desplazarse hacia otra viga pero mientras camina un sonido desconocido la impresiona. Se trata de un artefacto brillante que emite un sonido ensordecedor mientras desde él se elevan húmedos y calientes vapores. Se distrae, regresa para mirar y cae.

Confundida, ve oscurecerse el entorno. Un portazo y ahora el silencio.


Luego de una noche tranquila y fresca, precedida de un momento de voces y otros sonidos y de otro silencio prolongado, el habitual ajetreo matutino la saca de un profundo sueño. Los niños empiezan a pelear y los padres a reprocharse las tardanzas y la demora. Un movimiento que le parece brusco le da la sensación de volar y la oscuridad de pronto desaparece, desde afuera unos ojos la miran con curiosidad mientras suena nuevamente ese artefacto.

César Eduardo Galarza

jueves, 16 de abril de 2009

jueves, 13 de noviembre de 2008

MADERA MUERTA VE LA LUZ...

Tras años de estar arrumado en sendos espacios virtual y físico, el manuscrito "Madera Muerta" ve la luz en forma de libro, gracias al respaldo e interés de la Universidad de Cuenca. Formará parte de los libros editados en el marco del X Encuentro de Literatura Ecuatoriana "Alfonso Carrasco Vintimilla". Nos estaremos viendo entonces a fines de noviembre en el encuentro.

Para quienes no puedan acceder a una copia física de "Madera Muerta", pueden leerlo en el siguiente post.

Gracias por-venir.




UNA VEZ MÁS AL RUEDO...


Prometo hacer un esfuerzo... Sé que es poco pero, qué más podría ofrecer en medio de este tiempo que nos acelera y que a veces sí y que a veces no... Esta vez con mi nombre que es el legado que otros me dieron para ir por este universo, gracias por ello; aún busco mi lugar en el mundo pero al menos de mi identidad tengo unos fonemas y sus códices, el resto es la historia que voy, que vamos, construyendo...

Bienvenidos, nuevamente...

jueves, 3 de abril de 2008

ÚLTIMAS HORAS (más bien mínutos) DE LA TARDE

Y así nos fuimos, digo, juntos, al filo de la tarde, rozando la orilla del río con nuestros recuerdos...

No recuerdo haber visto cielos tan nublados en mucho tiempo. Nube sobre nube; unas blancas, otras diáfanas. Muchos nimbos, eso sí. Y todo ello en un cielo de por sí cubierto. Entonces, nube sobre nube sobre un cielo nublado.

El sol se apuesta sobre el suburbio y sus rayos nos permiten la ilusión de la luz, un poco, antes de irse el día. Hacia el río uno puede ver el pálido perfil de las elevaciones a través de una leve gasa de agua hecha aire. El río...

Guayaquil. Pienso en la ciudad que a diario vivo, pues durante estos meses han retumbado en mi cabeza estos versos: "Sin prisa/la tormenta se lleva la ciudad/lejos de su cimiente de piedra/de cal viva"(luego anoto el nombre del poeta). Cuando voy caminando por el centro y veo que el colchón de arena de nuestros queridos, amados, y necesarísimos adoquines desaparece a cada aguacero, me pregunto qué será de esta ciudad siglo XXI cuando estos símbolos del poder local sean desplazados por las urgentes necesidades, por el cambio climático y por la apatía.

En fin, que el viento sopla y refresca las almas, y vuelvo a caminar junto al río, por su orilla de recuerdos, sintiendo una holgada sensación de vida que se disipa


SOMBRA LABRADA (A propósito de la Sinfonía de los Antepasados y de la primera edición del Concurso Ismael Pérez Pazmiño)

Hugo Salazar Tamariz desarrolla su vida profesional y el grueso de su obra literaria en Guayaquil. Es en esta ciudad donde su nombre se liga...